Ya estamos grandes.

 Ya estamos grandes como para sentarnos a esperar que nos caigan las cosas del cielo y anhelar en silencio lo que deseamos sin atrevernos a pedirlo. A estas alturas de la vida ya sabemos qué es lo que no queremos y lo que sí. 


No es fácil decir adiós a los viejos hábitos y la comodidad del silencio pasivo por lo que solemos ser permisivos con algunas cosas que nos molestan. Habemos, también, quienes no tememos expresar nuestras expectativas y hablamos libremente de sentimientos cuando éstos nos rebasan; valoramos nuestro tiempo y aún así lo obsequiamos a gente que lo malgasta.


Ya somos mayores y no podemos darnos el gusto de invalidar los sentimientos de nuestros seres cercanos ni deberíamos ir por la vida dejando en ascuas a quienes nos brindan su tiempo y atenciones. Ya estamos grandes, insisto, para ser claros con el prójimo y dejar de cobrar facturas ajenas a quienes llegan recién a nuestras vidas. Digamos claramente lo que queremos y esperamos de la vida, el tiempo, nosotros mismos y las personas.


Hagámonos responsables de nuestros actos, dichos y silencios. Hablar y escuchar está bien, pero actuar responsablemente y en consecuencia para no lastimar a terceros es mejor. Querer y ser querido de manera equitativa es un derecho.


No siempre somos las víctimas, también somos victimarios. La perfección es una idea abstracta e imposible que se aleja de nuestras manos y por ende reconocer nuestros errores no basta; no sirve de nada saber que hemos sido malos si no hacemos nada por no volver a serlo. 


No somos perfectos ni lo seremos, mas no puedo evitar entintar la pregunta ¿Queremos seguir siendo quienes somos, inalterables ante el tiempo y la vida? ¿Queremos ser piedras o huesos? 

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