Invierno

 La caída de Roma aparece recurrentemente ante mi cerebro como indicio de que en el pasado cosas más grandes fueron erigidas y destruidas; como si el saber que algo más grande que lo que ahora mismo me sucede fuera un consuelo de que todo estará bien y, por momentos, así se siente. 


Te fuiste justo en el limbo entre el otoño y el invierno; me dejaste tan repentinamente y sin aviso que no tuve tiempo a decirte adiós. No me consta que tuvieras la certeza de que te irías y, sin embargo, anunciabas tu retirada como muchas otras veces en las que te hacía enojar. Tal vez fuera yo la necia que se rehusaba a ver lo obvio y las señales estuvieron ahí frente a mí todo el tiempo. 


Me dejaste en medio de noviembre y ahora que el mes siguiente comienza no quiero celebrar la navidad si no estás. Dejaste una caja con tu ropa, un botiquín de medicamentos y tres corazones rotos a los que les falta la cuarta parte de sí mismos. 


Prometí que no te lloraría y que te dejaría marchar en paz, pero siempre he sido pésima cumpliendo promesas que involucren no llorar; así que casi cada noche te evoco con mis memorias y la ausencia de tu abrazo me inflama el pecho hasta que no me queda de otra que derramar lágrimas infinitas hasta que me quedo dormida.


Perdóname por siempre. En retrospectiva me consuelo diciéndome que no hay lamentos, pero tú y yo sabemos que eso no es cierto; es en tu ausencia cuando todos los errores me carcomen y el pasado me devana los sesos una y otra vez con el anhelo de hacer las cosas diferentes pero la impotencia de un reloj vacío me recuerda que ya es tarde y siempre lo será.


Diré que te dejo ir, aunque nunca te irás del todo. Diré que no lloraré tu ausencia pero nos miento descaradamente. Puedo decir tantas cosas y ninguna será tan cierta como el hecho de que te amo y siempre será así.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Un abrazo infinito.

Entradas populares