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Yo no fui.

 Corrí, corrí y apenas voy llegando; no importa cuán rápido el mundo girara, una siempre encontraba la manera de ralentizar sus movimientos como si de una macabra broma se tratara. Supongo que eso es lo que pasa siempre que uno tiene prisa: los astros se alinean para molestar, específicamente, a la decimoquinta-millonésima parte de las formas de vida presente. Es que, estoy convencida, mi egocentrismo es el que me hace creer que todo complotea para que yo llegue tarde y de ninguna manera me veré en la posición de admitir que en realidad se trata de que he salido tarde.  Que me crea quien no sepa que como mexicana la impuntualidad está en mis venas y que me juzgue todo aquél que sepa que es un pretexto más para repartir culpas que no quiero echarme. La verdad sea dicha, la puntualidad es un hábito que se me olvidó cómo usar. Tal vez se me perdió en algún lugar entre la Vieja normalidad y la Nueva. ¿El punto? Al fin llegué.

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